TEOTIHUACAN

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Abruma incluso tanta majestuosidad, aún habiendo tenido ya un contacto previo con ello, el mundo Azteca y Maya, encierran demasiadas incógnitas como para que uno no se siente sobrecogido cuando llega a pisar el territorio que un día les albergó.

Tras el caos de Ciudad de México, Teotihuacan se yergue majestuosa, sobria incluso en su increíble opulencia, desde la distancia se observan esas pirámides del Sol y de la Luna sobresaliendo sobre todo lo demás, retando al tiempo y a los tiempos, escondiendo la mayor parte de lo que llegó a albergar.

Mudas y soberbias se ofrecen a los visitantes que intentamos descifrar sus entrañas queriendo llegar a percibir lo que a allí se vivió, lo que se sintió, queriendo llegar a entender como nació y murió aquel mundo, aquellas gentes, queriendo penetrar en el sentido de cada piedra y de cada lugar.

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El sol sigue cayendo constante y firmemente sobre nuestras cabezas cuando nos marchamos henchidas de deseos cumplidos y fallidos, nuestra mente sigue cabalgando queriendo terminar de entender, y allí permanece ese testigo mudo desafiando de nuevo al mundo en su intemporalidad, nos ha dejado fantasear meciéndonos en sus piedras, en sus recodos, nos ha dejado imaginar intentando explicarnos el por qué y el como, pero su secreto sigue guardado en esas piedras que ni el más crudo sol puede calcinar.

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