Debajo de nuestros pies, hay siempre una enorme sima, negra, inmensa, capaz de tragarnos si no andamos prestos a agarrarnos con uñas y dientes.
Cuando las cosas van bien, su fuerza no puede arrastrarnos, pero si bajamos la guardia, es capaz de ir engulléndonos lenta, taimadamente sin que seamos conscientes del peligro que puede llegar a suponer.
No debemos olvidarnos nunca de ella, y a la más mínima señal de que parece que andan hundidos nuestros pies, hemos de dar una fuerte “patada” y salir de ella, aunque nos cueste… nos duela, aunque pensemos que es preferible descansar e intentarlo mejor después.
Debajo de nuestros pies, hay siempre una gran sima… no es nuestra enemiga… es lo que es… nada más.
Cuando las cosas van bien, su fuerza no puede arrastrarnos, pero si bajamos la guardia, es capaz de ir engulléndonos lenta, taimadamente sin que seamos conscientes del peligro que puede llegar a suponer.
No debemos olvidarnos nunca de ella, y a la más mínima señal de que parece que andan hundidos nuestros pies, hemos de dar una fuerte “patada” y salir de ella, aunque nos cueste… nos duela, aunque pensemos que es preferible descansar e intentarlo mejor después.
Debajo de nuestros pies, hay siempre una gran sima… no es nuestra enemiga… es lo que es… nada más.
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